Se agudiza la tensión verde y social ante las elecciones europeas

El presidente de Francia, Emmanuel Macron.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron.

         El sistema democrático tiene casi todas las ventajas, pero no consigue superar algunos inconvenientes, a pesar del fiasco cósmico del fin de la historia que tanta fama dio a Francis Fukuyama. Los ciudadanos suelen confiar en las promesas de sus futuros representantes, pero no existe posibilidad práctica de conseguir que las cumplan. Sólo les queda retirar esa fiabilidad y trasladarla a otros, de los que quizá tendrán que prescindir unos años después. Y así hasta el infinito, como en las clásicas pruebas de la existencia de Dios. Al menos, conservan su libertad que, con tanta frecuencia, secuestrarán los mesianismos populistas al uso y reducirán o impedirán sustituirlos si llegan al poder, como se comprueba estos días también en Venezuela.

         No hay soluciones simples para problemas complejos, tampoco respecto del cuidado del planeta. Los radicales pueden seguir luchando por el control de la natalidad, como si traer hijos al mundo fuese destructivo. Pero la realidad se impone fatídicamente: caen las tasas de fecundidad más de lo previsto y se aproxima la fecha en que el número de habitantes del planeta comenzará a descender. La falta de brazos y cabezas, consecuencia del envejecimiento, acentuará los problemas hasta límites difíciles de prever.

         Se comprende que, ante esas perspectivas, no se sostengan políticas medioambientales idealistas, insuficientemente fundadas, que anteponen con frecuencia el alarmismo a la realidad. Además, tienen un rasgo que las convierte en punitivas y las hace insoportables: son mucho más gravosas para los que menos tienen, tanto dentro de cada país desarrollado, como en comparación con el tercer mundo.

         Lo señaló con agudeza el movimiento de los chalecos amarillos en la Francia macroniana, y ha vuelto a surgir con las revueltas agrarias. No es oro todo lo que reluce. Ni corresponde a la realidad una visión idealizada del viejo campesino solitario, doliente y sabio. Están en juego demasiados intereses de la agroindustria, que impiden hoy por hoy configurar una ecoagricultura que satisfaga a todos.

         El problema se da en todas partes. Por el ejemplo, el ayuntamiento de Madrid llena las calles de propaganda de su oficina verde que, al parecer, ofrece ayudas para la eficiencia enérgica. ¿Cómo puede un municipio definir el bien y el mal de la energía ciudadana? Pero, de momento, prohíbe circular a vehículos que cumplen los requisitos controlados por la “itv”, porque pertenecen a dueños no pudientes, pero responsables: carecen de medios para cambiar tanto de coche y por eso lo cuidan con esmero. Pero dentro de unos meses estarán obligados al transporte público (por muy bueno que sea). Es como si me dijeran que sigo siendo persona, pero no tengo a cierta edad capacidad jurídica en Madrid, aun con muy buena salud. Y seguirán hablando de libertad con desfachatez: los presos siguen existiendo, aunque se trasladen las cárceles lejos de las ciudades.

         Ante los problemas medioambientales, algunos urbanitas –aun con afición al monte- solemos ser cautos. No tenemos animales domésticos muertos por ataques de especies protegidas como, al parecer, le tocó a la actual presidente de la Unión Europea. Pero podemos imaginar que esa pena personal habrá influido, junto a evidentes razones electorales, en la revisión del pacto verde, exagerado para los tiempos que corren. Muchos ciudadanos no están dispuestos a sufrir en su propia carne –en sus intereses económicos: no es otra su principal motivación- ante la desleal competencia ecológica de China y de tantos países orientales.

         Apenas apunto aquí un serio problema, que debería ser objeto de un no menos serio debate en la ya en marcha campaña electoral europea. Quizá mi descripción refleja notas desafinadas. No me importan, si son útiles para dar vueltas a estas graves cuestiones en la serenidad de la semana santa, ya incoada cuando se publican estas líneas. Mejor aún si tenemos la suerte de poder pensarlas lejos de las grandes ciudades.  

 
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