Javier Fumero

Joder, cuánto interesa ahora “la verdad”

Es curioso lo que está pasando. El Diccionario de Oxford acaba de declarar como palabra del año el término “post-verdad”. Esta organización se dedica a revisar los vocablos más utilizados en los meses precedentes y detectar los que mejor definen las preocupaciones e intereses generales de los ciudadanos.

Según admite la entidad, el concepto seleccionado este año existe desde hace una década pero han observado que su frecuencia ha aumentado de uso de un tiempo a esta parte, debido al Brexit y a las elecciones presidenciales en Estados Unidos. De hecho, explican, la palabra se suele utilizar acompañando a otro vocablo: “política”. Se habla de “post-truth politics”.

El que quiera una explicación de fondo sobre este asunto debe leer este artículo de Mikel Urmeneta, donde se resume perfectamente esta cuestión con todas sus interesantes implicaciones y derivadas. Se incluye una referencia a un importante artículo de la directora de The Guardian, Katharine Viner, que ha acuñado este concepto de “era de la post verdad”.

Lo que me resulta llamativo es que, después de tantos años de denigrar la verdad y promover un sano relativismo, ahora se constate este clamor unánime y transversal que exige su vigencia. ¿En qué quedamos? ¿Podemos conocer la verdad o no? ¿Es exigible a todos? ¿Ha decaído la reclamación de que cada uno tiene su verdad y debe ser respetado?

¿No estamos corriendo el riesgo –como se dijo- de absolutizar realidades si seguimos por esta línea? ¿Dónde queda la tolerancia, el diálogo y el respeto recíproco si demandamos verdades a nuestros políticos? ¿Por qué ya no debemos –como se defendía- sacrificar la verdad en el altar de la libertad? ¿Qué ha cambiado?

La mentira ha existido siempre y los políticos la han utilizado desde tiempo inmemorial. La novedad es que han desaparecido las consecuencias: ahora se reconoce que se miente como si tal cosa y, además, el público lo acepta sin problemas. Nigel Farage mintió durante la campaña a favor del Brexit, admitió públicamente su engaño y no pasó absolutamente nada. Trump deslizó falsedades en sus discursos… y salió elegido presidente. Esto es muy fuerte.

Es el relativismo haciendo estragos, convirtiendo en insostenible la vida social y salpicando, por cierto, a quienes llevan tantos años defendiendo públicamente su vigencia. Para ejemplificar esto que digo les voy a poner un ejemplo, actual y verídico, de la vida política española.

El pasado martes tuvo lugar en el Congreso de los Diputados el Pleno en el que se tumbó la Lomce del Partido Popular. Durante la sesión, el secretario general del grupo parlamentario socialista se dirigió al diputado Gabriel Rufián y, con toda la mala baba que pudo, le acusó de usar un coche oficial para desplazarse junto a otros cuatro miembros del partido a la cercana estación de Atocha. Y esgrimió un vídeo en su móvil para demostrarlo.

Rufián negó la mayor, explicando que su partido había renunciado hace años a los vehículos oficiales y exigió ver la grabación. Se acercó a la bancada socialista, vio las imágenes y, según ha contado él después, le vino a decir a Miguel Ángel Heredia que tenía un problema grave: se había equivocado de persona, él no era esa persona que aparecía en el vídeo denuncia. La conversación con el socialista –insisto: según la versión de Rufián- fue tal que así:

 

Diputado de ERC: “Sabes que ese no soy yo, ¿no?”.
Respuesta del político del PSOE: “Lo sé, pero dónde las dan las toman”. (Aludía a la enganchada de Rufián con la bancada socialista en el debate de investidura, con alusiones a la cal viva y todo lo demás).

Según se cuenta con detalle en este relato pormenorizado de los hechos, Esquerra hace ahora campaña bajo el hashtag #QueremosVerElVideoHeredia para que el PSOE divulgue la famosa grabación que, según ellos, dejaría en evidencia la acusación en falso.

O sea, que la verdad importa. Muy interesante.

Más en twitter: @javierfumero

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