La decadencia de Roma en tiempos indómitos

I. El exotismo oriental 

Declarada la República por Octavio, conocido como Augusto, princeps civitatis, llamado por el Senado, Imperator Caesar Divi Filius, en el año 27 a. C., la Roma conquistadora de vastos territorios en Asia, Europa y África, experimentó una decadencia destructiva que impregnó a   todos los estamentos sociales y contaminó las instituciones públicas. La ruina de la agricultura y de las viejas costumbres, junto a la importación del exotismo y la exuberancia; el lujo y la concupiscencia griega, consiguieron transformar a los romanos en enemigos de sí mismos y de Roma.

Así lo expresó Cicerón cuando acusó a ese país, y a su sórdido refinamiento, el origen de todos estos males. Nos dice Lara Velado que los romanos, cuando conquistaron Oriente, aprendieron sus vicios y los llevaron a Roma… pero, como expongo en este breve estudio, con los mismos perjuicios que ocasionaron en el mundo helénico.

Los romanos, expone Montanelli, no creían ya en las instituciones democráticas y republicanas porque conocían su podredumbre y corrupción, aunque estaban apegados a las formas. Sobrevivían asidos a una ilusión que poco a poco naufragaba, sumergiéndose en un mar oscuro sin una esperanza clara.

El deshonor se extendió, por todo, un crimen que suponía someter los intereses de la República a los egoístas y propios intereses. La palabra honor se vació de significado y lo que es aún más grave, quienes rechazaban estas prácticas viciosas no eran estimados como hombres dignos, sino que eran vistos como enemigos y aniquilados, o desterrados, en el mejor de los casos.

Los desórdenes civiles, como explica Drioux, nacían en todas partes. Aunque la culpable indiferencia, el confort de una dulce vida o, en todo caso, una soportable supervivencia, causaban que enmudecieran los ciudadanos ante la descomposición de las virtudes y usos antiguos que anunciaban ruinas y desastres.

II. El abandono de los paterfamilias

Las buenas costumbres y la honrada vida familiar no eran más que cosas despreciables y esta idea fue asumida por todos los estamentos que integraban la sociedad romana, explica Mommsen. 

En épocas pasadas la disciplina de las costumbres privadas se habían respetado por acción de los jefes de familia o paterfamilias, pero en estos momentos faltaban a sus deberes, despreciándolos, pues muchos perdieron la fe en el futuro de su sangre, estimando vanos e inútiles todos los esfuerzos educativos y sacrificios. El contexto social favorecía esta dejación.

 

La pobreza fue considerada como el peor vicio, no se concebía que alguien careciera de recursos para socorrer   su existencia.  Por dinero se conseguían grados en la milicia y votos en los jurados; se conseguían escrituras de propiedad falsas y se levantaban perjurios y más si eran bien remunerados…

Los lazos familiares se relajaban con insólita prontitud. Hábitos de embriaguez y de concúbito con meretrices y sodomitas se extendían por todas partes. En las familias más notables se cometían horrendos crímenes. El cónsul Cayo Calpurnio Pisón, un simple ejemplo de los sucesos de aquella época, había sido envenenado por su mujer y su yerno para provocar otras elecciones a cónsul para favorecer al joven ganar la plaza de su suegro. 

III. Cuando se deja de ser pueblo

Vicios morales, públicos y privados, como recoge Guillermo Ferrero: el lujo, el ansia de placeres, la codicia, la pasión del juego, el espíritu de intriga y la rivalidad, el orgullo municipal generador de desigualdades oprobiosas, el adulterio, el robo, la idolatría, el aborto, la práctica del envenenamiento, el asesinato. Además, la exagerada soberbia de los ricos, una pequeña minoría, y la bajeza de los pobres, una gran muchedumbre.  Vagancia y pereza, además de todo ello, como expuso Catón.

Por todas partes se encontraban pruebas del carácter adúltero y afeminado de las celebridades de la sociedad romana. Togas muy anchas que conferían una pomposa afectación. Una labor cuidada en la estética de uñas, depilación de vello nasal y la desaparición del olor corporal. Tom Holland nos habla del aspecto oleoso de brazos y piernas, todos depilados. Ejemplos de esta relajación de costumbres pueden verse en los murales de la ciudad de Pompeya.

Entre tanta zozobra, hubo quienes recordaron que Roma supo ser bárbara sin los vicios de la barbarie, y debido a esa disciplina venció a tantos pueblos iguales o más civilizados, debilitados por los vicios de su propia civilización.

Se alegó por eminentes oradores como Cicerón que el mismo pueblo, cuando se hace injusto, deja de ser pueblo, porque ya no es sociedad formada al amparo del derecho y con fin de utilidad común.

Por ello, los más nostálgicos de los tiempos pasados en donde florecían las virtudes clamaron por una restitución de la nobleza senatorial y un orden ecuestre o équites que supiesen emplear las riquezas en beneficio del pueblo y no disiparlas en lujos y orgías.

Una nueva construcción social que supiera dar ejemplo al pueblo de sus virtudes que mantienen y protegen a un imperio conquistado por las armas. Entre esas virtudes están la fecundidad, el espíritu de familia, la abnegación cívica, el valor militar, las costumbres severas, la actividad, el comercio, la agricultura y la industria y la firmeza.

IV. ¿De qué sirven las leyes sin moral?

La reacción de Augusto ante esta depravación fue adoptar distintas medidas.  Una de ellas fue la restauración de los antiguos santuarios. Como nos ilustra Pierre Grimal, Ático, amigo de Cicerón, no creía en los milagros de las divinidades, pero entendía que el sentimiento religioso era esencial para la comunidad. Algunos filósofos observaron que el abandono de lo sagrado provoca una perversión de la moral, que anuncia el declive de las ciudades, la pérdida progresiva de su alma y consiguientemente su destrucción. Así lo expresa Montanelli, la religión es siempre la proyección moral del pueblo.

En consecución del fin de salvaguardar la nación, Augusto restauró 82 templos, cuantifica Robin Lane Fox. Todavía pueden verse en Roma los restos del templo de Apolo Sosiano, en la vía del Teatro di Marcello. Se esforzó mucho en la restauración del gran templo a Jupiter Optimus Maximus, Juno y Minerva, en la colina Capitolina, templo desaparecido, aunque en la actualidad se ha encontrado la base arquitectónica del mismo. Era el mayor templo de todos los existentes en Roma, con unas dimensiones de 50 m x 60 m.

Adriano seguiría su ejemplo levantando varios templos más, entre ellos, el Panteón de Agripa, situado en la actualidad en la Piazza della Rotonda en Roma. Su altura rebasa los 43 m, es una esfera perfecta y tuvo la mayor cúpula del mundo hasta el s. XX. Fue de nuevo dedicado a los siete dioses celestes de la mitología romana: el Sol, la Luna, Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno. Fueron excluidas una multitud de celebridades mitológicas importadas por las conquistas de lejanas tierras.

Junto a esta medida, se hizo necesario legislar sobre aspectos más particulares y personales, regulando la esfera privada.

El adagio exclamado por Horacio: Quid leges sine moribus vanae proficiunt, ¿de qué sirven las leyes sin moral? Completado con este otro: ¿para qué sirve el haber reconstituido la república si no se purifican las costumbres corrompidas? Afirmaciones que constituían una petición expresa al príncipe para la moralización de las gentes. Pero   como reproche, quizás exponiendo esa difícil tarea, se dijo: Indomitam audeat refrenare licentiam, atrévase a poner freno al libertinaje indómito.

 ¿Cómo se haría? Y lo más importante, ¿quién lo llevaría a cabo?

Tito Livio, en su historia de Roma, resaltó sus virtudes clásicas, pero no creía que volvieran a resurgir por la inmensa fuerza que la corrupción mostraba en todos los aspectos de la vida ciudadana.

Muchos ciudadanos pedían a Augusto el dictado de leyes contra el celibato, contra el lujo, contra las malas costumbres. Anhelaban el restablecimiento de los antiguos censores que velaban por la custodia de las buenas costumbres, pero Augusto era consciente de que la clase política y la aristocracia se encontraban imbuidas en estos vicios y no mostrarían interés alguno en asumir sus mandatos.

V. Leyes Iulia y Papia Poppaea

Leyes dictadas por Augusto a través de los tribunos (tribunicia potestas) en su afán de moralizar la sociedad, persiguió que la familia recuperase su antigua pureza. Se luchaba además contra el relajamiento moral, como hemos expuesto, la baja tasa de matrimonios, la baja tasa de natalidad, la peligrosa incidencia de las modas, corregir los hábitos sexuales distorsionantes, el lujo y los excesos en general. Volver a las antiguas virtudes romanas que hicieron de Roma un vasto territorio.

El corpus normativo que dicta Augusto para moralizar la sociedad y especialmente la familia, como centro del orden social romano, se compone de tres leyes: la Lex Iulia de Maritandis Ordinibus, en el año 18 a. C.; la Lex Iulia de Adulteriis Coercendis, en el año  18 a. C. y la Lex Papia Poppaea, en el año 9 d. C.  Aparte de su contenido que citaremos brevemente, Augusto colocó un área de derecho familiar dentro de la esfera del derecho público, algo excepcional hasta ese momento, lo que evidencia lo urgente   de la reforma.

La Lex Julia de Maritandis Ordinibus ofrecía incentivos para contraer matrimonio y promover la descendencia legítima.  Se intenta evitar los matrimonios sin descendencia, otorga protección a los casados con hijos y limita los derechos sucesorios a los célibes y a quienes no han procreado.

Para acceder a determinados cargos públicos, procónsules, pretores y magistraturas, el matrimonio y la descendencia eran factores importantes, pues era preferible el casado al soltero. También los hijos se beneficiaban de estas disposiciones, pues era preferible un sujeto con hermanos que sin ellos.

Se limitó el matrimonio entre los distintos estamentos sociales.  Estaba prohibido que un senador, sus hijos, nietos y bisnietos, como se deduce de la práctica de los jurisconsultos, contrajeran matrimonio con un esclavo manumitido o emancipado, pero lo reconocía entre un patrón y su liberta.

Para proteger a los inocentes se impidió contraer nupcias con actores y a los ciudadanos ingenuos con mujeres de moral dudosa. No obstante, el matrimonio celebrado contraviniendo estas prohibiciones se reconoce como celebrado, pero sin   las ventajas económicas y sociales reconocidas por el Estado.

El hijo de militar no podía contraer matrimonio sin permiso de su padre.

Si un hombre contraía matrimonio con la viuda de un soldado muerto en combate,  recibía una gratificación, debo entender que la medida operaría como dote matrimonial.  Las viudas y las divorciadas serían sancionadas si no volvían a casarse en un plazo de dos años.

Las mujeres con tres o más hijos, obtenían el ius trium liberorum, el derecho de los tres hijos, con derechos civiles amplios, como la concesión  de la ciudadanía romana , derechos hereditarios y la exención de contraer nuevo matrimonio si concurría el caso .Podían usar públicamente una prenda de vestir con mucha honra, como era la stola instita.

Por la Lex lulia de Adulteriis Coercendis se castigaba el adulterio y lo castigaba con el  destierro a la isla de Pandataria, hoy conocida como Ventotene,   en el archipiélago de las islas Pontinas, frente a las costas de Nápoles. Era acompañado de la confiscación de todos sus bienes.  Define conductas como las ofensas sexuales causantes del divorcio, ofensas civiles, el celibato y la falta de hijos.

La finalidad de la norma declara Mommsen, perseguía el orden jerárquico familiar y los intereses patrimoniales que ocasionaba el matrimonio. Una protección familiar y patrimonial, pero principalmente dirigida a la procreación. Ningún gobernante puede pasar por alto esta circunstancia que compromete la independencia e, incluso , hasta la propia existencia de una nación. Perseguía también ser una ley ejemplarizante para los estamentos altos de la sociedad romana.

La Lex Papia Poppaea dulcifica la Lex Julia de Maritandis Ordinibus. Establece una edad para el matrimonio, a los hombres desde los 20 años a los 60 años y a las mujeres desde los 20 años hasta los 50 años.  Superadas estas edades, eran castigados a pagar un canon o impuesto sobre el 1 % de su patrimonio.

Los solteros y quienes no engendraban hijos quedaban privados de la herencia y de poder disponer de legados hereditarios. Además, a los solteros se les quiso privar de asistir a los juegos y al teatro.

VI. Virtudes.

La clemencia, la justicia, la benignidad, la fe, la fortaleza en los peligros comunes son virtudes que con gusto oímos celebrar como útiles, no solamente a los que las poseen, sino a todo el género humano, escribió Cicerón en sus Diálogos de orador.

Augusto, como príncipe, más bien como un cuasi monarca, según   Ferrero, Birt, Meyer y Reitzsentein, ejerció su gobierno con la moderatio o moderación junto a la virtus, valor; la clementia, clemencia; la iustitia, justicia y la pietas, conmiseración o piedad.

Pero ¿qué representan, que implican…?

La virtus, que significa la cualidad de ser un hombre, era el atributo más valorado de un romano. Energía y valor, única garantía para la libertad, defiende Pierre Grimal. Todo conforme a las reglas de la ley y el honor, la capacidad de distinguir lo bueno de lo malo, así como poner límites y moderar los deseos y pasiones. Quedaba asociada al ámbito militar, pero también al liderazgo social, y exteriorizaba excelencia y coraje.

La clementia, supone la personificación de la misericordia. Es la inclinación para perdonar las ofensas y mitigar el castigo merecido. Templanza y bondad en el ejercicio de la gobernación. Indica compasión, indulgencia o perdón hacia alguien que ha cometido una transgresión, un delito, una falta.

La clemencia tiene su objeto en las torpezas del hombre y por su consideración de ser hombre.

Se ha dicho que la clemencia es la cualidad de quien habiendo conseguido la victoria puede poner fin a la guerra, y en nombre de él impartir castigo o gracia.

lustitia y clementia simbolizan el sistema político romano.

La justicia es definida como la rectitud de la voluntad. La justicia, en cuanto ley reguladora, está en la razón o el entendimiento; en cuanto mandato, está en la voluntad. Antiguamente, se consideraba como una ley universal, a veces personalizada, que restituye a cada cosa y a cada persona lo que se debe y a la vez aniquila lo que no se debe. Encontramos otro significado. Es la proporción adecuada entre los méritos de una persona (lo que se merece) y las cosas buenas y malas que le suceden o le son asignadas.

En el ámbito público, la justicia es la virtud suprema del Estado que debe organizarse enteramente según ella.  Para Cicerón, es el fundamento de toda política, la atribución a cada uno de eso que le pertenece en virtud de su derecho, de su estatus jurídico y que en justicia no puede serle negado.

Constituye el fundamento de toda sociedad humana. Pierre Grimal recoge el razonamiento ciceroniano que distingue entre leyes que responden a la «razón recta» y que son justas y aquellas otras que son únicamente expedientes imaginados, día a día, por hombres perversos y que demuestran cuán lejos puede llegarse al combinar un vicio incontenible con un poder ilimitado, como plasmó un filósofo.  Estas últimas solo constituyen actos de violencia. Las leyes justas, en cambio, solo están inspiradas en el instinto que impulsa a los hombres a conducirles según el bien, ley no escrita sino ley sentida.

La piedad o conmiseración es el apego fiel y amoroso a los dioses, a la patria y a los padres. Augusto fue guiado por la piedad para querer de este modo a Roma y emprender todo tipo de reformas para devolverle su antiguo esplendor y evitar su caída en un mundo que le era hostil. Era un empeño muy difícil a nivel personal, cuyos frutos no son pronto vistos; además, quiero decir con ello, que era una labor ingrata. Pero, como escribió Cicerón en su De officiiss, nada hay que merezca más elogios, ni produzca más dignidad en un hombre ilustre y generoso que la piedad y la clemencia.

Es una actitud profundamente devota hacia lo que se considera sagrado o moralmente valioso y la patria era sagrada. Por esta razón encarna la justicia universal y causa, nos explica Guillén Vera, que el hombre que escucha a la razón sea apto para ayudar a la sociedad e incapaz de perjudicarla.

El antónimo de piedad es la indiferencia, el regodeo y la crueldad, definiciones que nos ayudan a comprender mejor el significado tan decisivo que posee esta virtud en los hombres principales.

VII. Pax Romana

Hubo otras muchas iniciativas sociales, religiosas, tributarias, políticas… Que reinstauraron las antiguas costumbres y el esplendor y contundencia de Roma en el mundo.  El amor a la patria, la piedad a la patria, producen estos resultados cuando hay un convencimiento y una esperanza en la grandeza de una nación que fue y que volvió a ser, que se perdió y fue encontrada.

Augusto trajo la Pax Romana y brotó la prosperidad que se extendió por décadas en el tiempo. Expandió el imperio desde Hispania hasta Capadocia y desde la Galia hasta Egipto.

Creo oportuno reproducir las palabras de Mazarino sobre la decadencia de Roma, cita extraída de su libro El fin del mundo antiguo: « La crisis de la humanidad romana ha aparecido siempre como el metro para entender la historia del mundo, cuando las formas antiguas dan el cambio a las nuevas. Y, en verdad, la idea de decadencia alcanza, con la consideración de la crisis del mundo (y precisamente del mundo romano), un contenido ideal eterno» .

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